África es enorme. Alberga un pueblo a 2400 metros sobre el nivel del mar, Iten (Kenya). En 1883 Joseph Thomson grabó una de sus rocas. Era su décima colina conquistada en ese territorio perdido del asfalto. “Hill Ten”. Nunca imaginaría que esa conquista habría pasado a ser precursora de muchas. Cerca de esa roca hay una pista atlética de tierra muy roja rematada con gradas de cemento que rechinan rodeadas de vegetación. Las cabras pastando en su interior rescatan del sobresalto inicial al turista y recuerdan constantemente donde has llegado: Kamariny.
Un buen puñado de personas sin cara, entran en la corriente y se dejan arrastrar por la espiral constante pensando que nadie puede salvarlos sino ellos mismos. Una y otra vez 400 metros que hunden el terreno en la calle uno. Vueltas que también suceden dentro de sus cabezas convirtiéndolos en héroes locales, buenos vecinos, conquistadores. Por aquí cargamos de excusas, necesidades y accesorios esas vueltas medidas en metros. Kamariny es ese lugar donde correr cobra un significado desnudo y real. En Kamariny se vuela por dentro y por fuera. Kamariny es enorme.
Piernas negras y curtidas se apresuran amontonadas sobre una espiral de tierra roja. Son Atletas. Cada giro les ofrece 400 dudas y una meta. Hay siempre un puñado de ovejas en el interior, clavadas al verde. Contrastan con lo que parece una estampida que avanza sin pausa. Una pista poco pretenciosa, sin puertas donde el aire te llena los pulmones de energía.
Kamariny es ese lugar que soñamos cuando nos calzamos unas zapatillas.
– Eduardo Flecha –